Aún, en pleno siglo XXI, en la ribera del Amazonas, decenas de niños y bebés son enterrados vivos por varias tribus indígenas. Hasta 200 clanes practican el infanticidio vendido como sacrificio en pos de la supervivencia del grupo étnico, ya que, dejar vivir a estas criaturas enfermas, sería como mantener viva una posesión enviada por el diablo.
Hakani significa sonrisa. Su nombre hace justicia a una niña marcada desde su nacimiento por la desgracia y que siempre ha respondido a ella con alegría.
Pertenecía a la tribu de los Suruwaha, una etnia en peligro de extinción de la Amazonia occidental compuesta por unas 120 personas y cuyos contactos con el mundo exterior han sido tan escasos como devastadores.
La alegría de la niña sobresalía por encima de sus carencias hasta que, con unos 24 meses, sus padres detectaron la imposibilidad de Hakani para andar y articular palabra. Inmediatamente la presión obligaba a sus padres a ejecutar a ella y a su hermano, el que también padecía de esta enfermedad,para preservar la supervivencia de un grupo incapaz de resistir, lastrado por la enfermedad de la niña.
Los padres de Hakani, aterrados,se suicidaron mordiendo unas raíces envenenadas y se lanzaron al río, dejando a Hakani sola con sus cuatro hermanos. Fue entonces cuando la presión del infanticidio recayó en el hermano mayor de Hakani.